Autor: José I. Ibarra
10/05/2020
En cada “mitin” sabatino, el Presidente de Gobierno nos está
inculcando a todos el concepto de la “nueva normalidad”. Un
concepto abstracto y contradictorio por cuanto si el escenario por
venir es “normal”, no puede ser nuevo; y si es nuevo, no será
normal por cuanto no se conoce su posible evolución.
En esa “nueva
normalidad”, que estamos experimentando a través de las distintas
fases de “desescalada”, se nos dice lo que podemos y no podemos
hacer, y cómo se nos autoriza a hacerlo. Es un experimento que irá
a más a medida que otras actividades se vayan incorporando a la
“desescalada”. Este procedimiento forma parte, a todas luces, un
dirigismo político-mediático, en el que los trabajadores afectados
por el desempleo y los ERTEs se han convertido en “súbditos”
tributarios de un “nuevo Estado” en su “nueva normalidad”.
Y todo ello usando
la excusa, si no la amenaza, de una pandemia que afecta de forma
desigual al conjunto de la población, y que se está utilizando para
cambiar las reglas democráticas y las libertades personales. No
recuerdo nada igual desde los estados de excepción del régimen
franquista a finales de los años 70 del pasado siglo.
En estos primeros
pasos de la “desigual desescalada”, se nos muestran imágenes en
las “teles” de gentes caminando o haciendo “deporte” como
nunca se había practicado en este país. Calles de las grandes
ciudades “inundadas” de ciclistas en absoluto desorden. ¿Forman
estas imágenes parte de la nueva normalidad? ¿Ocuparán las bicis
las calles y las aceras, en lugar de los coches y los peatones? ¿Nos
dirán cómo tenemos que pasear por las calles y en qué franjas
horarias podemos hacerlo? ¿Están diciendo a las grandes empresas
que deben salir de los centros urbanos y reubicarse en
“provincias”? ¿Obligarán al teletrabajo a todas las empresas que
puedan o deban aplicarlo en virtud de su actividad económica?…
¿Es un virus la
causa real de tales medidas?
Si la especie
humana, el homo sapiens, piensa salvaguardarse y perpetuar la especie
en este planeta no puede permitirse el lujo de confinarse cada vez
que nos azota una pandemia, un terremoto o un cataclismo cósmico. La
tecnología es nuestra principal arma pero también una especie
adaptada a las futuras enfermedades. No podemos sustentar nuestra
“salud” sólo en la ingesta de medicamentos que lejos de
fortalecernos como especie, nos debilita hasta el punto de
“desarmarnos” genéticamente ante las nuevas amenazas. Una
especie sustentada en su propia evolución y selección natural, a
semejanza de otras especies animales que habitan el planeta, y amparada en la edición genética como "mejora estructural" de la especie.
Si esperamos a tener
una vacuna, ¿cómo vamos a enfrentar el futuro? ¿Con sucesivas
cuarentenas? ¿Con prolongar el estado de alarma indefinidamente?
¿Haremos los mismo con nuevas epidemias, pandemias o rebrotes víricos que vendrán?
¿Es este un plan lógico o debemos hacerle frente a la enfermedad
con nuestras propias armas biológicas, nuestra propia genética?
Protección de la
población de riesgo
Utilizamos el
término “población de riesgo” para referirnos al grupo de
personas que son más afectadas por el coronavirus. En su mayoría
población mayor de 65 años con otras patologías o carencias
inmunológicas, causa frecuente del abuso en el consumo de
medicamentos. Un consumo que hemos convertido, pacientes y médicos,
en una herramienta para “garantizar nuestra salud”. Parece una
contradicción; por un lado administramos fármacos para aliviar
problemas crónicos de salud que debilitan nuestra respuesta inmune, y
luego confinamos a las personas sanas para “salvar” a aquella
población a la que estamos “atiborrando” de medicamentos.
Personalmente no creo en esta estrategia por cuanto alarga la
esperanza de vida pero no la calidad de vida ni la salud de los más
“viejos”.
Si realmente
buscamos proteger a la población de riesgo, tal vez deberíamos
haber empezado por aislarla, por confinar a esas personas; en sus
casas, en las residencias, en hoteles “adoc”… aislarlas de todo
posible contagio externo, sea de cuidadores o de familiares. Estos
grupos de población no podrían salir de sus casas a riesgo personal
de contagiarse, en cuyo caso serían abandonadas a su propia suerte.
El día que existiese una vacuna, serían los primeros en disponer de
ella.
Mientras tanto, el
resto de la población podría haber seguido con su “vieja
normalidad” y la sanidad pública habría tenido capacidad
suficiente para hacer frente a posibles contagios, que en su mayoría
habrían sido de carácter moderado o leve.
En la “nueva
realidad”
Pero el camino
emprendido y recomendado por “los expertos” ha sido otro. De
hecho, se nos está sugiriendo que el estado de alarma será
indefinido mientras no exista vacuna probada y que, en consecuencia,
se han de establecer “nuevas reglas de juego” en la sociedad por
venir. Hemos optado por sacrificar el futuro productivo de muchos
jóvenes por el gasto improductivo de pensionistas y desempleados.
Una nueva realidad que llevará al país a endeudarse durante una
generación o más, a perpetuar un desempleo estructural que será un
lastre para el Estado, a reducir el sueldo de los empleados públicos,
a bajar las pensiones públicas … y sin unas perspectivas claras de
ingresos por cuanto ignoramos qué recaudación impositiva tendrá el
Estado en una realidad no “testada”.
Y todo esto la sociedad lo está asimilando con aparente "normalidad" confiando en que el Estado les resuelva su supervivencia, al margen de los daños colaterales que ese mismo Estado está ocasionando en esa misma sociedad. Me recuerda a la leyenda de Robin Hood: "el señor feudal de turno impone duros tributos a sus súbditos que malviven. Robin Hood roba esos tributos y los reparte entre los súbditos para que el señor feudal se vea obligado a subirles continuamente los tributos". Resultado final: el señor feudal y la nobleza, sigue viviendo a cuerpo de rey, mientras que la sociedad malvive arruinada.
¿Nos han "comido el coco" o es que el ser humano del siglo XXI se ha vuelto acomodaticio y, por ello, fácilmente manipulable?.
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